100 AÑOS DE BENITO PÉREZ GALDÓS
Culture
Las Islas Canarias a través de su más importante e internacional escritor
Este año se celebra el centenario de la muerte del escritor canario Benito Pérez Galdós, considerado el Charles Dickens español por la crónica social descarnada de la España del siglo XIX que representaron sus novelas. Traducida a multitud de idiomas y leída en todo el mundo, su obra nos ayuda a entender también Las Palmas de Gran Canaria de hace un siglo, cuando ya era un importante puerto internacional.
Benito Pérez Galdós nació el 10 de mayo de 1843 en Las Palmas de Gran Canaria (Islas Canarias) y falleció el 4 de enero de 1920 en Madrid. Con motivo del centenario de su muerte, durante todo el 2020 se celebrarán en las Islas Canarias homenajes a su figura y obra formada por 123 títulos, entre los que destaca la novela realista del siglo XIX. No en vano se le considera uno de los mayores representantes mundiales de este género, así como el mejor novelista español desde Miguel de Cervantes.
Su enorme producción de novelas cortas que narran la historia y la sociedad de la España del siglo XIX fue comparada a la de sus contemporáneos Honoré de Balzac y Charles Dickens. “77 novelas, 23 cuentos y 23 obras de teatro, además de artículos periodísticos y ensayos”, explica Yolanda Arencibia, catedrática de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. “Creó personajes universales y se volcó en los femeninos, que destacan por su raíz profunda y una conmovedora lucha para salir de la prisión en la que él se dio cuenta de que vivían en su época”, añade.
Las Palmas de Gran Canaria a través de los ojos de Galdós
Arencibia afirma que la personal visión que de España tenía Galdós era la propia de un ‘isleño’. “Cuando Galdós llega a Madrid tiene una curiosidad por comprender el mundo que es típica de los isleños”, explica la académica, “porque ningún escritor madrileño de su época se interesa en la Historia de España como lo hace él. Se debía a que la Gran Canaria de su juventud era española, sí, pero había comercio con ingleses, con franceses, con italianos, con América o África. Las Palmas de Gran Canaria era un puerto internacional de primera categoría”.
Pérez Galdós pasó su infancia y juventud recorriendo las calles del barrio de Vegueta de la capital de la isla. “Iba a la playa que entonces había en Triana, cruzaba el Puente de Palo sobre el barranco de Guiniguada y al salir del colegio de San Agustín iba a casas de sus amigos, como la familia Wangüemert, a representar obras teatrales para pasar el rato”, detalla Arencibia.
En su obra, continúa la catedrática, se pueden encontrar huellas de todo esto. “Se quedaba mirando los puestos del mercado, iba a la Catedral y a la Plaza Cairasco, al Gabinete Literario, donde estaba entonces la sede de la Real Sociedad Filarmónica. Amaba la música e iba a todas las procesiones”. Desde pequeño llevaba consigo una libreta para apuntar. “Era muy tímido e introvertido”, subraya, “pero su curiosidad y su socarronería, esa forma de humor tan canaria que se burla de lo que uno ve reconociendo a la vez su existencia, la aprendió pisando estas calles empedradas en la época en la que se forja el carácter”.
Canarias en la mente y en el estómago
En la despensa de Galdós en Madrid había productos de su tierra: gofio (cereal molido y tostado), queso, papas para arrugar, mojo y todos los ingredientes necesarios para hacer las costillas con piña (mazorca de maíz) o el puchero. Los dulces eran sus favoritos, como las truchas (empanadillas normalmente rellenas de batata, son típicas en Navidad) o las rapaduras (dulce elaborado a base de miel de caña, gofio, azúcar, canela, almendra y limón). “Hay que tener en cuenta que era una época en la que para viajar a Canarias había que ir y volver en barco desde Cádiz, y él se mareaba muchísimo”, revela Teo Mesa, autor de ‘Galdós. Artista Plástico’ y ‘El arte inspirado en Galdós’ sobre su faceta de pintor. “Por ello sólo regresó a las Islas tres o cuatro veces, pero se encargaba de que su familia le llevara periódicamente productos de Gran Canaria, de la finca de su familia en La Aldea, o de la casa de veraneo de Santa Brígida”, agrega Yolanda Arencibia.
Viajó a Francia, Reino Unido, Italia y Portugal donde conoció de primera mano las corrientes literarias realistas y naturalistas del momento. Observó la vida y a los protagonistas callejeros de la historia, como hizo paseando en su niñez y su adolescencia por la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria “sin miedo a gastarse los zapatos y, mucho menos, a contar la verdad de lo que veía, por eso cambió la manera de concebir la literatura”, afirma Yolanda Arencibia.